Enigmas y Fraude - No creáis todo lo que dijo Ripley
La historia del ataúd que navegó varios miles de kilómetros, flotando de manera maravillosa, figura en todos los libros dedicados al apasionante tema de los hechos insólitos, sin caer en la cuenta sus autores de que se basa en un error de interpretación.
El 8 de septiembre de 1900, un furioso ciclón había devastado la ciudad texana de Galveston, situada a orillas del Golfo de México, causando enormes pérdidas humanas y materiales. Se inundó gran parte de la localidad y las olas encrespadas llegaron hasta el mismo panteón y arrebataron numerosos ataúdes que se llevaron mar adentro. Entre las cajas que se echó a faltar se encontraba la que contenía los restos de un famoso actor fallecido el año anterior. Su nombre fue en vida Charles F. Coughlan.
Partiendo de algo que no parecía poseer demasiada importancia, se quiso inventar una historia inverosímil: que las olas habían arrastrado el ataúd hasta la isla del Príncipe Eduardo, situada muy al norte, entre la Nueva Escocia canadiense y Terranova, describiendo la más increíble de las travesías, puesto que la isla se halla en el interior de un golfo de difícil acceso. Y el pesado objeto encalló finalmente en una playa.
Unos pescadores se aproximaron a ver qué era aquello que les traía el mar. Descubrieron el nombre del difunto grabado en la placa del ataúd —es aconsejable escribir siempre el nombre del huésped en los féretros, por si un día se los lleva lejos el mar—y se ocuparon de informar a las autoridades. Coughlan recibió nueva sepultura en el cementerio del lugar, muy tranquilo y a prueba de robos marinos. Se dijo entonces que, curiosamente, aquella isla era la misma donde había nacido el viajero, que de manera tan insólita regresaba a su patria. La singular travesía fue dada a conocer en numerosos libros, periódicos y revistas serias, y ni un solo lector dejó de darla por buena, a pesar de ser rica en errores y confusiones.
No creáis todo lo que dijo Ripley
En primer lugar, el actor no había nacido en la isla, sino en París, en 1841, de padres irlandeses adinerados. Casó en 1893, a la edad de 52 años, y adquirió una residencia veraniega en aquella isla del Atlántico canadiense. Fue a morir el 27 de noviembre de 1899, encontrándose de gira en Galveston. Es cierto que desapareció el ataúd de resultas del ciclón, que fue de verdad espantoso, y que su hija Gertrudis invirtió una fortuna en su búsqueda, cuando andaba por los 28 años de edad.
Había leído en uno de los Aunque usted no lo crea dominicales de Ripley que el ataúd de su padre había navegado 3.200 kilómetros antes de encallar Trineo que usó el en la remota isla del Príncipe Eduardo. comandante Gertrudis observó al instante dos errores en la noticia,no eran correctos el llegar al polo Norte lugar de nacimiento y la fecha de defunción de su padre. Debía exigir que se corrigieran ambos datos ocurrio inventar aquel largo viaje por mar del ataúd.
Acudió a la oficina de Ripley, en busca de información. Le dijeron que la noticia les había sido facilitada por dos antiguos conocidos de su padre. Uno era Lily Langtry, una actriz inglesa que había tenido un cálido romance con el príncipe de Gales y que, despechada al verse un día rechazada, fue a recorrer el Far West y se lió con un tal juez Roy Bean, amigo de empinar el codo, que gustaba de ahorcar a quienes le eran antipáticos. Ni doña Lily ni la otra persona, cuya identidad permaneció secreta, supieron confirmar la noticia del ataúd llegado tan lejos.
¿Fue otra historia inverosímil, inventada y reformada por algún empleado de Ripley que deseaba enriquecer la tan gustada sección periodística, sólo para que se vendieran más suplementos culturales del domingo?
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