martes, 4 de noviembre de 2014

Enigmas y Fraude - No creáis todo lo que dijo Ripley

20:22

Enigmas y Fraude - No creáis todo lo que dijo Ripley



La historia del ataúd que navegó varios miles de kilómetros, flotando de mane­ra maravillosa, figura en todos los li­bros dedicados al apasionante tema de los hechos insólitos, sin caer en la cuen­ta sus autores de que se basa en un error de interpretación.

El 8 de septiembre de 1900, un fu­rioso ciclón había devastado la ciudad texana de Galveston, situada a orillas del Golfo de México, causando enormes pérdidas humanas y materiales. Se inundó gran parte de la localidad y las olas encrespadas llegaron hasta el mismo panteón y arrebataron numero­sos ataúdes que se llevaron mar aden­tro. Entre las cajas que se echó a faltar se encontraba la que contenía los restos de un famoso actor fallecido el año an­terior. Su nombre fue en vida Charles F. Coughlan.

Partiendo de algo que no parecía poseer demasiada importancia, se qui­so inventar una historia inverosímil: que las olas habían arrastrado el ataúd hasta la isla del Príncipe Eduardo, si­tuada muy al norte, entre la Nueva Es­cocia canadiense y Terranova, descri­biendo la más increíble de las travesías, puesto que la isla se halla en el interior de un golfo de difícil acceso. Y el pesado objeto encalló finalmente en una playa.

Unos pescadores se aproximaron a ver qué era aquello que les traía el mar. Descubrieron el nombre del difunto grabado en la placa del ataúd —es acon­sejable escribir siempre el nombre del huésped en los féretros, por si un día se los lleva lejos el mar—y se ocuparon de informar a las autoridades. Coughlan recibió nueva sepultura en el cemente­rio del lugar, muy tranquilo y a prueba de robos marinos. Se dijo entonces que, curiosamente, aquella isla era la mis­ma donde había nacido el viajero, que de manera tan insólita regresaba a su patria. La singular travesía fue dada a conocer en numerosos libros, periódicos y revistas serias, y ni un solo lector dejó de darla por buena, a pesar de ser rica en errores y confusiones.



No creáis todo lo que dijo Ripley


En un dominical de Ripley, Gertrudis Coughlan leyó que el ataúd que contenía los restos de su padre, desaparecido a resultas de un ciclón, había realizado un viaje extraordinario navegando 3.200 kilómetros, desde el Golfo de México hasta encallar al norte en la isla Príncipe Eduardo, itinerario fantástico que reproduce el mapa inferior.

En primer lugar, el actor no había nacido en la isla, sino en París, en 1841, de padres irlandeses adinerados. Casó en 1893, a la edad de 52 años, y adquirió una residencia veraniega en aquella isla del Atlántico canadiense. Fue a morir el 27 de noviembre de 1899, en­contrándose de gira en Galveston. Es cierto que desapareció el ataúd de re­sultas del ciclón, que fue de verdad espantoso, y que su hija Gertrudis in­virtió una fortuna en su búsqueda, cuando andaba por los 28 años de edad.

Había leído en uno de los Aunque usted no lo crea dominicales de Ripley que el ataúd de su padre había navegado 3.200 kilómetros antes de encallar Trineo que usó el en la remota isla del Príncipe Eduardo. comandante Gertrudis observó al instante dos errores en la noticia,no eran correctos el llegar al polo Norte lugar de nacimiento y la fecha de defunción de su padre. Debía exigir que se corrigieran ambos datos ocurrio inventar aquel largo viaje por mar del ataúd.

Acudió a la oficina de Ripley, en busca de información. Le dijeron que la noticia les había sido facilitada por dos antiguos conocidos de su padre. Uno era Lily Langtry, una actriz inglesa que había tenido un cálido romance con el príncipe de Gales y que, despechada al verse un día rechazada, fue a recorrer el Far West y se lió con un tal juez Roy Bean, amigo de empinar el codo, que gustaba de ahorcar a quienes le eran antipáticos. Ni doña Lily ni la otra persona, cuya identidad permaneció secreta, supieron confirmar la noticia del ataúd llegado tan lejos.


¿Fue otra historia inverosímil, in­ventada y reformada por algún emplea­do de Ripley que deseaba enriquecer la tan gustada sección periodística, sólo para que se vendieran más suplemen­tos culturales del domingo?



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