martes, 4 de noviembre de 2014

Enigmas y fraudes - EL FOSIL QUE INVENTARON EN PILTDOWN

19:02

EL FOSIL QUE INVENTARON EN PILTDOWN


Hasta no hace mucho tiempo era imposible comprobar ia veracidad de muchos hechos históricos y teorías científicas, pero con el adelanto tecnológico actual se ha podido desmitificar ciertos supuestos sucesos y verificar otros reales. Con la paleontología, se puede demostrar con admirable precisión la edad de un fósil.


La técnica de la termoluminiscencia es el último adelanto para determinar con asombrosa exactitud la edad de un fósil cualquiera o de un objeto de enorme antigüedad. Ha servido, junto con otras no tan confiables —como la del radiocarbono, por ejemplo, para ayu­dar a la paleontología. Pero también para descubrir algunos fraudes cometi­dos en el pasado y en el presente.En 1861 se descubrió en Alemania la huella dejada en una roca por lo que se creyó era un arqueoptérix del Ju­rásico, viejo de 150 millones de años. La roca, con todo y la huella, pasó a poder del Museo Británico. Lástima que, en fecha reciente, el astrónomo Fred Hoyle demostrase que nada tenía de antigua. Y poco antes de la guerra civil española, el antropólogo Pedro Bosch Gimpera escribió una documentada monografía sobre los dibujos rupestres recién descubiertos en una cueva. Todo se vino abajo cuando un pastor llegó a declarar que las pinturas las había he­cho él, un día que llovía mucho y corrió
 a refugiarse dentro de una gruta con todas sus ovejas.
El otro fue Arthur Conan Doyle (1859-1930), creador de ese Sherlock Holmes que se haría célebre por sus dotes deductivas utilizadas para resol­ver los casos criminales más compli­cados. La agudeza mostrada por el ge­nial detective no tuvo su equivalente, en todas las ocasiones, en la perspicacia del escritor, quien fue víctima en varias ocasiones de bromas malintencionadas por culpa de su gran afición al espiritis­mo. En cierta ocasión fue objeto de las atenciones más que personales de cierta aparición incorpórea llamada KatieKing, de laque el pobre Arthur se enamoró como un tonto.
Tal vez fue para demostrar que tam­bién él podía burlarse de los demás que ideó el asunto aquel de Piltdown, ade­más de que no podía perdonar a los científicos británicos que habían reído a carcajadas al conocer su novela sobre la máquina del tiempo.
En la historia de la paleontología se detectan fraudes que, con frecuencia, convirtieron a sus autores en el hazmerreír del momento, como sucedió con el jesuita Pierre Teilhard de Chardin y con el escritor Arthur Conan Doyle. No obstante, ha habido importantes avances a manos de grandes y serios investigadores como Charles Darwin, quien nos legó el apelativo de eslabón perdido que hasta hoy usamos para describir a tantos personajes raros.

Conmocionó al mundo y más aún a los ingleses


Así como Stephen Jay Gould, paleon­tólogo de la universidad norteamerica­na de Harvard, fue quien sugirió que el autor del fraude había sido Teilhard de Chardin, todavía joven jesuita, otro científico estadounidense, John Hathaway Winslowe, culparía a fines de 1983 al creador de Sherlock Holmes. Redactó una tesis, publicada en el nú­mero 83 de la revista Science, de sep­tiembre de 1983, en la que afirmaba lo siguiente: en su novela El mundo per­dido —aventura emprendida por unos amigos de las emociones fuertes al Mato Grosso, donde encontrarían seres antediluvianos, entre ellos dinosau­rios—, Conan Doyle había afirmado que no es difícil falsificar una fotografía o un hueso si se sabe cómo hacerlo.
Desde que Charles Darwin escribió en 1859 su Origen de las especies, sabios de todo el mundo habían comenzado a buscar lo que se dio entonces en llamar el eslabón perdido, es decir, el estado intermedio entre el simio y el ser humano, su actual descendiente. Se había desatado una verdadera fiebre entre los científicos que se creían dig­nos de este nombre. Tenían que lu­char por obtener la prueba que tanto se buscaba. Y finalmente, en 1912, correspondió a dos sabios británicos sumamente modestos el honor de des­cubrir ese eslabón.
Uno de ellos se llamaba Charles Daw- son y era, además de abogado, un gran aficionado a la geología y a los fósiles que vivía en Lewes, lugar cercano a Piltdown. Tuvo noticias de que en cierto sitio —jamás se supo quién le había informado— era posible que pudiera desenterrar alguna pieza de valor. Tuvo suerte. Con sólo dos o tres paladas que dio, encontró unas herramientas supuestamente prehistóricas, además de un cráneo acompañado de su corres­pondiente quijada. Los ingleses se sin­tieron sumamente satisfechos con el hallazgo, al que dieron el nombre de Eoanthropus. Era, sin duda alguna, el eslabón perdido. Quedaba demostrado que las Islas Británicas habían sido el primer país donde se instaló el hombre primitivo, una vez superada la etapa inicial de vulgar simio.
Era lógico que así fuera, afirmaron, porque Gran Bretaña era no sólo la
primera potencia naval, sino la más rica en intelectuales del mundo.
Una vez que se realizó el descubri­miento, Dawson mostró las valiosas piezas a su amigo el paleontólogo Arthur Smith Woodward, miembro del prestigioso Museo Británico. Se emo­cionó tanto el señor Dawson con el descubrimiento que vino a morir cuatro años después, no sin antes suplicar a Woodward que siguiera escarbando. Y así éste siguió adelante durante cinco años más, pero tuvo que abandonar la tarea al caer en la cuenta de que no obtenía éxito en la empresa. Hizo bien en darse por vencido, porque jamás hubiera bailado en aquel lugar nada que valiera la pena.
En 1931, cuando tampoco Wood­ward pertenecía ya a este mundo, cierto David Charles Waterton, profesor de anatomía en el King’s College de Lon­dres, declaró que la quijada debió perte­necer a un simio cualquiera ynoaun ser humano, y lo mismo dijo el paleon­tólogo William Howells. Les mandaron callar a ambos, porque aquello que de­cían era atentar contra el prestigio de la patria. Bueno es decir que este Waterton, amigo de Conan Doyle, era sumamente aficionado a gastar bro­mas a los incautos. Se sabe que en cierta ocasión cazó un mono sin impor­tancia y le modificó el cráneo, para darle apariencia humana. Conocía ade­más el lugar donde excavaría Dawson, y que carecía de vigilancia. Sería fácil esconder bajo tierra lo que a uno le viniera en gana.



Es descubierto el fraude de Piltdown

En 1949, el Dr. Kenneth Oakley, del Museo Británico, sintió curiosidad por determinar la antigüedad del cráneo de Piltdown, ahora que se disponía de técnicas más avanzadas. Descubrió que no tenía más de 50.000 años. Muchos científicos comenzaron a sospechar. Algo no andaba bien.
Tres años más tarde se atrevió a intervenir el Dr. J. S. Weimer, antropó­logo de la universidad de Oxford, y declaró lo siguiente: cráneo y quijada pertenecían a seres distintos, un hom­bre y un orangután, respectivamente. Añadió que los dientes habían sido li­mados y envejecidos artificialmente, por medio de bicromato de potasio.

responsable de la falsificación a Arthur Conan Doyle, quien estuvo también en las excavaciones. Además de creador del personaje de Sherlock Holmes, au­tor de novelas fantásticas, espiritista convencido y médico inventor de las técnicas policíacas modernas —junto con Edgar Alian Poe —, fue gran aficio­nado a la paleontología. Es decir, le gustaba coleccionar fósiles. Uno de los científicos que culparon a Conan Doyle fue el ya mencionado Winslow. Otro, Alfred Meyer, ambos declararon que la pieza fue fabricada con huesos proce­dentes de Ichkeul, localidad cercana a Túnez.

Cuando fue descubierto el cráneo de Piltdown, la paleontología estaba aún en pañales y los sabios no pasaban de simples aficionados. Pero cuando L. Leakey encontró recientemente en Kenia los restos del Australopithecus, que logró reconstruir, sus colegas creyeron en él por una sencilla razón: se contaba ya con técnicas confiables para conocer su verdadera edad.
La ciencia pensó entonces que Daw­son, quien había sido en vida un per­fecto gentleman, debió ser engañado por algún malintencionado y que ese alguien debió haber sido el entonces joven Pierre Teilhard de Chardin — imposible que el culpable fuera súbdito de la Corona británica—, quien estuvo presente en las excavaciones. Sin em­bargo, no faltaron los antropólogos que culparon a otras personas. Para enton­ces se sabía ya que el cráneo pertenecía no a un hombre, sino a una mujer, muerta bacía menos de mil años, así como que la quijada era de chimpancé, o tal vez de orangután, que dejó de existir hacía apenas un siglo.
Dos investigadores contemporá­neos coincidieron entonces en hacer
Si fue Conan Doyle quien ideó la falsificación del cráneo de Piltdown, lo hizo a la perfección, porque sobrevivió veintidós años a su muerte, acaecida en 1930. Se ha dicho que no lo hizo por maldad, sino para burlarse de la inge-
Caricatura del genial escritor Arthur Conan Doyle, quien, además de ser el creador del famoso detective Sherlock Holmes, autor de novelas fantásticas, médico y espiritista, ha sido acusado por dos investigadores contemporáneos de ser el falsificador del cráneo del hombre de Piltdown, muy probablemente para burlarse de la ingenuidad de los científicos de la época.
nuidad de los sabios de la época. De haber existido en sus días la técnica del radiocarbono, de la termoluminiscen- cia u otra similar, no le hubiera resul­tado tan sencillo gastar aquella diverti­da broma.

Pero de todos los fraudes paleon­tológicos cometidos, tal vez el más fa­moso y el que durante más largo tiempo logró engañar a los científicos haya sido el fabricado en la localidad de Piltdown Common, situada en la región oriental del Sussex inglés. Y ha seguido provo­cando comentarios porque intervinie­ron en él dos personajes eminentes, cuya fama ha alcanzado hasta nuestros días. Uno fue el jesuita Pierre Teilhard de Chardin (1881-1955), arqueólogo, paleontólogo y filósofo francés, quien estudió los orígenes del hombre y es­cribió libros que provocaron grandes polémicas cuando aparecieron después de su muerte.

No ha sido el de Piltdown el único fósil falsificado


A partir de 1955, el geólogo hindú Viswa Jit Gupta, profesor en la univer­sidad del Punjab, estuvo estudiando los restos fósiles de ciertos conodontes y amonitas hallados por él en las estribaciones del Himalaya, cuya edad alcanzaba los 360 millones de años. El descubrimiento no podía ser más inte­resante: había sido realizado en unas capas sedimentarias situadas en el lu­gar exacto donde el subcontinente del Decán, desprendido por aquellos tiem­pos de la costa oriental del continente africano, se desplazó para ir a impac­tarse contra la región meridional de Asia y formar la cordillera más alta del mundo, que sigue elevándose aún.Pero en 1989 apareció el australia­no John A. Talent, profesor en la uni­versidad de Sydney, para declarar que los fósiles teman la edad que había dicho Jit Gupta, pero no eran del Himalaya, sino que procedían de Amsdell Creek, Nueva York, y de la localidad marroquí de Erfud. Quién sabe de qué medios milagrosos se valie­ron los fósiles para trasladarse de un sitio a otro. El hindú protestó airada­mente, pero no fue capazde decir en qué lugar había descubierto las malditas piezas.Más divertido sería lo sucedido en 1984 en el poblado andaluz de Orce. Las autoridades habían invitado a qui­nientos sabios a un simposio interna­cional, de tres días de duración, donde se discutiría sobre los restos del que dieron en llamar «hombre de Orce», descubiertos en el verano de 1982. Hubo que cancelar en el último minuto el acto, al descubrirse que los restos hallados no pertenecían a un adoles­cente de diecisiete años, que vivió hacía la friolera de millón y medio de años, sino a un simple asno muerto hacía cuatro meses.Los descubridores del supuesto fósil, miembros al parecer del Instituto Paleontológico de Sabadell —España—, según dijo la prensa, hallaron por esosEl teléfono que repicó en la noche  mismos días, en una cueva de la provin­cia de Murcia —también en España—, la falange de la mano derecha de un fósil humano que podría ser el más antiguo hallado en Europa.


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