martes, 4 de noviembre de 2014

Enigmas y fraudes - EL MONSTRUO QUE LLEGÓ ENVUELTO EN HIELO

19:39

EL MONSTRUO QUE LLEGÓ ENVUELTO EN HIELO
Uno podría jurar, ahora que la ciencia cuenta con técnicas más depuradas — sofisticadas, dicen los pedantes que gustan de leer libros en inglés— para denunciar las falsificaciones, que sería sencillo desenmascarar a los culpables antes de darles tiempo a aprovecharse de la proverbial ingenuidad de los seres humanos y, en especial, de los sabios. Pero no es así. Si gente amiga de gastar bromas logró sorprenderlos en el pasa­do, es cosa que no debe extrañamos. Había, por un lado, un deseo incons­ciente de aceptar lo que fuera, para no ser mirados de reojo, como sucedió con el cráneo de Piltdown. Además, se care­cía de recursos apropiados para dar con la verdad.

Así no debería aceptarse, todavía en la actualidad, que existan científicos que hayan podido ser burlados con en­tera impunidad. Y esto fue lo que su­cedió, precisamente, con el monstruo que llegó envuelto en hielo.



El teléfono que repicó en la noche

Ivan T. Sanderson, ya fallecido, fue un afamado escritor y científico que dedicó gran parte de su vida al estudio de la criptozoología, o búsqueda de los ani­males de los que todos hablan pero que nadie jamás vio, como el monstruo de Loch Ness, el yeti del Tibet, la serpien­te marina y otros seres igualmente inasibles. Una noche, hace poco más de veinte años, conversaba Sanderson con su amigo Bemard Heuvelmans, zoólo­go belga, cuando sonó el teléfono. Era un viejo conocido, de nombre Terry Culler, quien deseaba comentarle algo acerca de un auténtico hombre de las cavernas cubierto de pelambre,' que acababa de ver exhibido en una feria, en la población de Rollingstone —nada que ver con los cantantes de rock—, en el condado de Winosa, perteneciente al

Hasta el día en que se descubrió la verdad sobre el hombre envuelto en hielo, descubierto en aguas del Pacífico Norte, se vino creyendo que habría viajado por la cuarta dimensión desde el Pleistoceno o que era un caso increíble, fantástico, de individuo resucitado, después de permanecer congelado en tierras árticas, como si fuera un vulgar mamut.

estado de Minnesota. ¿Le agradaría conocer aquella curiosidad, antes de que se llevasen aquel ser monstruoso a otro sitio?

Esto sucedió el 17 de diciembre de 1968. Dos días después se encontraban los dos hombres en presencia de Frank Hansen, una especie de Bamum, pro­pietario del ser congelado. Lo tenía en­cerrado, envuelto en hielo, dentro de una vitrina vertical iluminada con tu­bos de neón. Salían burbujas del cuer­po y despedía una pestilencia tal que hizo suponer a los dos amigos que se estaba descomponiendo rápidamente. Sin duda, aquel ser era auténtico.

El dueño del hombre peludo atrajo la atención de los visitantes sobre el mal estado de una parte de la cabeza:






parecía como si el orificio abierto en un ojo hubiese sido causado por una bala. Por otra parte, la posición del brazo izquierdo, levantado como si el mons­truo peludo hubiera querido rechazar una agresión, ¿no era acaso prueba suficiente de que un desconocido inten­tó agredirlo y tal vez lo mató?

El cuerpo, explicó Hansen a aquella gente tan interesada en el contenido de la vitrina helada, había sido descu­bierto en un bloque de hielo de tres toneladas que flotaba a la deriva en el mar de Okhotsk, cerca del estrecho de Behring. Fue un cazador ruso de focas el que lo halló. Añadió el dueño del ser peludo que el bloque le fue incautado al ruso por las autoridades chinas y que vino a aparecer algún tiempo después en Hong Kong. Tal vez fue a partir de entonces que comenzó a oler mal.

Supo del hallazgo un millonario es­tadounidense y adquirió el monstruo para cedérselo a Hansen por una módi­ca suma mensual. Bien se veía que era un perfecto filántropo. Una vez el ser peludo en su poder, Hansen se dedicó a viajar por todos los estados de la Unión, a partir del mes de mayo de 1967. Y dos años después de conocer Sanderson y Heuvelmans al monstruo, su dueño declaró a la revista Saga, especiali­zada en reportajes truculentos, que aquel ser era en realidad un sasquatch —equivalente norteameri­cano del yeti, que dicen abunda en los bosques del norte del país— que él había logrado matar en 1960, cuando cazaba en la región de Minnesota.

Los dos zoólogos amigos jamás cre­yeron que hubiera engaño en lo que vieron. El belga escribió un artículo que aparecería publicado en el Bulletin de l Instituí Royal de Sciences Naturelles de Bruselas, en febrero de 1969. Y como era muy amigo de las taxonomías, no vaciló en conceder al extraño ser el nombre de Homo pongoides — pongo: nombre vulgar del orangután—. En cuanto a Sanderson, quien tuvo oca­sión de fotografiar al monstruo, fue a consultar con Jack A. Ullrich, hidrólo­go de Westport, Connecticut, sobre la posibilidad de que un hombre de las cavernas hubiera logrado conservarse en hielo durante varios miles de años, tal vez desde el Paleolítico.

La respuesta fue negativa. El proce­so de descomposición de un ser cual­quiera no se detiene, aunque se man­tenga en hielo. Es necesario alcanzar el cero absoluto — es decir, 273 grados centígrados por debajo del momento en que se forma el hielo— para que se detenga el proceso. Y esa temperatura jamás se alcanza en la naturaleza. Sólo es posible aproximarse a ella por me­dios artificiales, como sucede en la lla­mada criogenia, cuando un cadáver es conservado en espera de que algún día se encuentre remedio para el mal que lo condujo a la tumba.


¿Acaso el cuerpo pertenecía a un sasquatch, como había afirmado Hansen?

¿De dónde llegó el monstruo, en realidad?

El hielo en el que permanecía ence­rrado aquel tipo rico en pelambre, si­guió explicando Ullrich, era anormal­mente trasparente. No pudo ser congelado el ser en el mar o en un pantano de aguas sucias, porque ha­bría aparecido turbia su figura. No ha­bía duda en cuanto a que había perecido hacía tan sólo unos cuantos años. Y su fin no pudo ser semejante al del mamut hallado en 1902 en el norte de Siberia, a orillas del río Beresovka, que se con­geló repentinamente cuando se al i men­taba a orillas de la corriente.

Afirman los expertos que no es posi­ble congelar una masa tan gigantesca como es un mamut de manera rápida por la sola acción del hielo polar. Suce­dería lentamente, formándose crista­les en las células, y la carne quedaría inservible para su consumo en la mesa. Pero resulta que el mamut siberiano pudo ser comido por los cazadores que descubrieron al animal.

Para congelar tan repentinamente a aquel organismo hizo falta que la temperatura descendiese en cuestión de segundos, hasta alcanzar los 150 grados bajo cero, como mínimo. Y esto no es posible que sucediera en el lugar donde el mamut se alimentaba apaci­blemente con las plantas acuáticas per­tenecientes a la familia de las ranun­culáceas. Y estas plantas crecen en los países que gozan de clima templado. ¿Qué sucedió entonces para que el mamut quedase convertido en un gi­gantesco sorbete?


>De dónde llegó el monstruo, en realidad? 

Opinan los geólogos que pudo pro­ducirse una erupción volcánica y que por el cráter surgieron lava y gases a enorme presión. Fueron proyectados a las capas más altas de la atmósfera, en cosa de segundos. Descendió poco des­pués el aire frío hasta la superficie, congelándolo todo. El mamut quedó convertido en estatua de hielo, listo para permanecer conservado durante un largo número de siglos.

¿Fue algo semejante lo que sucedió al hombre peludo envuelto en hielo, contemporáneo acaso del enorme pa­quidermo, y tan peludo como él?


Surgen las primeras dudas

Sanderson fue a visitar entonces a su amigo John Napier, quien tenía a su cargo la sección de Primates del Insti­tuto Smithsoniano, en la ciudad de Washington. Deseaba hacerle algunos comentarios acerca del ser que tanto le preocupaba. Napier se mostró suma­mente escéptico al contemplar la foto­grafía del ser. Su rostro no pertenecía a ningún tipo de simio conocido. Intentó adquirir el ejemplar para el Instituto cuando acudieron ambos a ver a Hansen. Pero declaró éste que no lo tenía ya. El millonario se lo había lle­vado para sacarle una copia y le había prometido entregársela muy pronto. Esto hizo pensar a Napier que aquel asunto olía tan mal como había dicho Sanderson que le sucedía al hombre congelado.

Cocodrilos gigantescos, voraces tiburones de quijadas grandes como plazas de toros han sido tema preferido por los cineastas, pero a estos monstruos habrá que añadir los dinosaurios. Son seres que siguen cautivando a quienes sufren tan sólo de pensar en la posibilidad de hallarse frente a frente con animales tan descomunales.

Mientras tanto, Hansen seguía re­corriendo el país exhibiendo el ser envuelto en hielo, sin confirmar ni negar jamás su autenticidad. Era un tipo muy listo ese Hansen, tal vez más que el propio Barnum, además de embustero y gran publicista. Supo explicar que dos científicos sumamente serios habían declarado que el monstruo peludo era genuino, y es sabido que los buenos científicos jamás cometen errores.

En agosto de 1981, el periodista Michael Kerman, del Washington Post, tuvo ocasión de conocer a Hansen. Le preguntó si aquel supuesto Bigfoot —o pies grandes, otro de los nombres con­cedidos al sasquatch, visto mal por al­gunos sabios norteamericanos, porque es indio— suyo era el original o sólo una copia. El hombre sonrió y dijo que todo en la vida es ilusión. Pero esta filosófica ilusión dejó muy pronto de serlo gracias a otro periodista. Se llamaba Eugene Emery y trabajaba para el Providence Journal, que se publica en la capital del diminuto estado de Rhode Island.

Fueron a ver a Hansen dos antro­pólogos de la universidad Brown, que declararon a continuación lo siguiente: aquello era un fraude de lo más gordo. Emery escribió entonces un artículo que llamó la atención de cierta joven llamada Bonnie Delzell, dibujante que vivía en la capital del país y se encon­traba casualmente en Providence. Ex­plicó la joven al periodista que la pri­mera vez que tuvo noticias del tal monstruo fue a fines del año 1960, de labios de su amigo Leonard C. Besson.

Fueron a ver a Hansen dos antro­pólogos de la universidad Brown, que declararon a continuación lo siguiente: aquello era un fraude de lo más gordo. Emery escribió entonces un artículo que llamó la atención de cierta joven llamada Bonnie Delzell, dibujante que vivía en la capital del país y se encon­traba casualmente en Providence. Ex­plicó la joven al periodista que la pri­mera vez que tuvo noticias del tal monstruo fue a fines del año 1960, de labios de su amigo Leonard C. Besson,

Besson explicó a Emery que, en aquel año de 1960, un hombre se acercó a él en busca de consejo. Quería fabri­car una figura especial, que pensaba congelar y exhibir en 1as ferias. Debería ser una réplica exacta del hombre de Neanderthal, recordó Besson que le dijo aquel individuo, cuyo nombre ha­bía olvidado. Pero no había olvidado, que Howard Ball, empleado del museo, se ocupó de hacer el trabajo.

Este Ball fabricaba modelos de toda clase para Disneylandia, en el suburbio de Annahéim. Fue el creador de los animales del "Crucero por la jungla", pero su principal especialidad fueron siempre los animales prehistóricos.

Fue el autor, entre otras cosas, de los grandes dinosaurios mecánicos que presentó la Ford Motors en la Feria Mundial de Nueva York celebrada en el año 1964. •

Creó el monstruo peludo en su estu­dio de Torrance, cercano a Los Angeles, para el cliente que pensaba convertirlo en hombre prehistórico congelado. Ela­boró Ball la piel con goma de media pulgada y dispuso los brazos del ser en actitud defensiva. Y a petición del Chen­te abrió un orificio en un ojo, para que se pensara que había recibido una bala disparada por un extraterrestre llegado a la Tierra hace 30.000 años o por un hombre contemporáneo que hubiera viajado hasta aquella época en una máquina del tiempo. Esto fue lo que contó a Emery la viuda de Ball, y añadió que aquel señor declaró que pensaba llevar la figura a México (donde jamás la vio nadie).

Lo único cierto en la historia de Charles F. Coughlan es que existió realmente este personaje y que Galveston, como cualquier población del Golfo de México, ha estado siempre expuesta a sufrir la violencia de los muchos ciclones que se forman en verano en esta región, que habían dado ya buena cuenta, antaño, de muchos galeones españoles.

Cuando aún vivía Howard Ball, él y su esposa se divirtieron como locos al leer en la revista Argosy la noticia del caso y más aún cuando supieron que había dado la vuelta al mundo y que incluso la famosa revista francesa Planéte, que siempre se jactó de no dejarse engañar por nadie, cayó en la trampa. Jamás pudieron pensar los esposos Ball que la broma hubiese lle­gado tan lejos. Añadieron que nunca hubo millonarios ni bloques de. hielo flotando en las cercanías de las islas Aleutianas, y menos aún un cazador de focas ruso o unos chinos que se apodera­ron del extraño ser peludo flotando a la deriva dentro de su prisión helada.
En cuanto a Frank Hansen se refie­re, se tienen noticias de que siguió via­jando unos años más, con su monstruo de goma, haciendo las delicias del pú­blico. Y se asegura que recuperó con creces su inversión inicial.

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